EL ABORTO Y EL MATRIMONIO ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO COMO “IDEOLOGÍAS DEL MAL”, SEGÚN JUAN PABLO IIº (UN RECORDATORIO PARA LOS “CATÓLICOS AGENDISTAS”)
Comencemos por la clasificación: los católicos “agendistas” vendrían a ser una versión más actualizada de los “progresistas” de las décadas de 1960 o 1970 y, quizá sin saberlo ellos, representan el ala socialdemócrata dentro de una Iglesia que, cada vez más, se parece a una ONG de centroizquierda.
El “pastelerismo” acomodaticio a los vientos epocales es, sin duda, un rasgo constante de los “católicos agendistas” que pueblan las parroquias, las instituciones de laicos, los seminarios y otros espacios confesionales. Y, claramente, la rapidización de los tiempos que corren y el clima de confusionismo general ofrecen un abundante plexo para capilarizar nuevas posturas doctrinarias y licuar las viejas certezas derivadas del derecho natural y el Magisterio pontificio.
Al falso “irenismo” de los años conciliares y posconciliares (aquella desesperante y esquizofrénica ansiedad por congraciarse con el mundo, por abrazar el mundo, por no confrontar con el mundo ni mucho menos ofenderlo con verdades, pero manteniendo las notas propias de una identidad religiosa) se le ha sumado, ahora, la supresión inmanente de toda alteridad y deixis respecto del mundo: como si la Iglesia y el mundo fueran ya la misma cosa. Esta mimesis opera, por supuesto, a costa de arrojar por la borda los principios morales y antropológicos que la tradición de Occidente forjó durante siglos.
Lo interesante del caso es que el “agendismo” (esto es, el acomodamiento del discurso teológico, bíblico y pastoral a las agendas del progresismo globalista) también lo practica en forma creciente cierto sector cada vez más dominante de la jerarquía eclesiástica. Recuérdense las declaraciones del arzobispo de Mendoza y presidente de la CEA, con motivo de la más reciente marcha del “orgullo gay» en Buenos Aires y su recomendación de apoyo a ella (puede leerse nuestro comentario en esta misma página web).
Lo cierto es que los “católicos agendistas” son selectivos, a la hora de alinear su pensamiento y su conducta con la voz del Magisterio de la Iglesia y, aunque les encanta citar la palabra del Papa de turno (o de algún antecesor que en lo posible no sea muy antiguo), como fuente de certezas, se cuidan muy bien de elegir, de entre las muchas palabras pronunciadas, aquellas que mejor se concilian con la agenda mundialista. Las otras, las que ponen en crisis y rechazan las propuestas del relativismo llevado a escala planetaria, ésas son omitidas, ignoradas y hasta despreciadas como rémoras anacrónicas de un paradigma conservador que pertenece a otro tiempo.
El papado de Juan Pablo IIº ofrece un ejercicio para este menú de preferencias del “católico agendista”. Seguramente, aquel Papa le resultará simpático cuando haya condenado las “ideologías del mal”, siempre que por ellas se entienda el Comunismo y el Nazismo. Pero, he aquí que Wojtyla supo aggiornare ese paquete ideológico, e incluyó a dos fenómenos que la sociedad viene naturalizando con vertiginosa rapidez: el aborto legal y la legalización del llamado impropiamente “matrimonio” homosexual.
Escuchemos las palabras del Papa polaco:
Después de la caída de los sistemas construidos sobre las ideologías del mal, cesaron de hecho en esos países las formas de exterminio apenas citadas. No obstante, se mantiene aun la destrucción de vidas humanas concebidas, antes de su nacimiento. Y en este caso se trata de un exterminio decidido, incluso, por parlamentos elegidos democráticamente, en los cuales se invoca el progreso civil de la sociedad y de la humanidad entera.
Tampoco faltan otras formas graves de infringir la ley de Dios. Pienso, por ejemplo, en las fuertes presiones del Parlamento Europeo para que se reconozcan las uniones homosexuales como si fueran otras formas de familia, que tendría también derecho a la adopción.
Se puede, más aun, se debe plantear la cuestión sobre la presencia en este caso de otra ideología del mal, tal vez más insidiosa y celada, que intenta instrumentalizar incluso los derechos del hombre contra el hombre y contra la familia1.
Es interesante analizar el planteo de Wojtyla
A su juicio, superados los “exterminios” concretados por nazis y comunistas en el siglo XX, aparece una forma de exterminio novedosa, un “exterminio decidido” democráticamente a través de los parlamentos, cuando sancionan leyes de permisión del aborto, invocando argumentos de progreso civil de la humanidad. He allí la imbricación de la despenalización del aborto con la agenda globalista que apunta a aquella transhumanización del planeta, donde la sociedad decide de modo autónomo y al ritmo cambiante de los tiempos, lo que está bien y lo que está mal.
El otro aspecto involucrado en este nuevo escenario ideológico, según Wojtyla, es el lobby parlamentario europeo en pro de la legalización de las uniones homosexuales, equiparándolas al matrimonio y postulándolas como alternativas al modelo tradicional de la familia.
Por último, Juan Pablo IIº habilita y hasta plantea como un deber la reflexión sobre estas nuevas ideologías del mal, que juzga incluso más perversas que las otras ya conocidas y superadas, porque ahora se manipulan los derechos del hombre y se los vuelve en contra del hombre y la familia.
Ciertamente, la severidad de estas definiciones del entonces Papa podrían llegar a sonar como un exceso de rigorismo a los oídos del “católico agendista”, acostumbrado como lo está desde hace más de una década a las definiciones ambiguas, resbaladIzas y sinuosas , cuando no abiertamente globalistas y contradictorias con la doctrina católica, de Jorge Bergoglio, durante su investidura papal.
El contraste es ostensible.
Entonces, el «católico agendista”, puesto a elegir, prefiere sepultar en el olvido las opiniones tajantes del polaco, aferrándose a las frases melifluas del argentino ¿Por qué? Porque Bergoglio garantiza unas simpatías mundanas que Wojtyla no admite en estos puntos.
De las contradicciones bergoglianas podría escribirse una enciclopedia. Vamos a recordar solamente que, en el marco de la presentación del documental «Francesco» (2020) del director Evgeny Afineevsky, en el Festival de Cine de Roma,, sostuvo que : “Las personas homosexuales tienen derecho a estar en la familia, son hijos de Dios, tienen derecho a una familia. No se puede echar de la familia a nadie, ni hacer la vida imposible por eso”.
Esas palabras, que se recogen en un fragmento del documental, merecieron apreciaciones en la prensa como la siguiente: by this comment, became the first pope to endorse same-sex civil unions…(Nicole Winfield, AP News).
Como de costumbre, la ambigüedad sibilina es la nota saliente: si estas afirmaciones se refieren a la contención afectiva de las personas homosexuales en el seno de sus propias familias (padres, hermanos, tíos…), son una obviedad, porque a nadie en su sano juicio se le ocurriría expulsar de la familia a un pariente por su inclinación sexual, guste o no. Pero, si se refieren a la formación ex novo de familias homosexuales como alternativa válida al modelo tradicional o natural, entonces son claramente contradictorias con las afirmaciones de Wojtyla.
Vale la pena mencionar que el Vaticano debió aclarar ex post que aquellas declaraciones bergoglianas pertenecían a su época como arzobispo de Buenos Aires y al contexto del debate por el «matrimonio igualitario” en la Argentina.
Entonces ¿con qué criterio debería manejarse la ética católica en este tema? ¿Favorecer o no la formación de familias a partir de uniones homosexuales? ¿Legitimar estas uniones en un plano de igualdad respecto de los verdaderos matrimonios (de suyo, heterosexuales)? La respuesta parece diferir según el Papa que se elija: lo que para Bergoglio suena aceptable y se postula como un derecho, para Wojtyla debería ser considerado como una forma de la “ideología del mal”. He allí la disonancia entre dos magisterios emanados de la misma autoridad.
Pero, llegados a este punto, el “católico agendista” se pregunta -¿para qué confrontar las ideas con quienes piensan diferente?-, cuando cualquier idea puede ser relativizada en favor de una convivencia sin discrepancias de fondo, cuando al fin y al cabo no es la verdad la que nos hará libres, sino la libertad la que nos hace “verdaderos”, según la comprobación del teólogo alemán Karl Heinz Menke que da título a uno de sus libros.
1 JUAN PABLO IIº: Memoria e Identidad. Conversaciones al filo de dos milenios. Planeta, Buenos Aires, 2005, pp. 24-25.
