Reflexiones en torno al día de la soberanía nacional

Autor: Gabriel O. Turone

Podría comenzar estas líneas aportando someros datos históricos que señalen, como tantas veces se ha hecho cada vez que el almanaque se clava en el 20 de noviembre, lo que ha significado el combate de la Vuelta de Obligado, donde el gobierno federal del brigadier general Juan Manuel de Rosas defendió, con honor, la soberanía nacional ante el desmedido atropello de Francia y Gran Bretaña. Ambas potencias, las más poderosas de aquel tiempo a nivel mundial, forzaron el paso de sus naves -mercantes y de guerra- por el río Paraná, deseosos de obtener ganancias con la venta de sus manufacturas y en detrimento de nuestras incipientes industrias regionales.

La gesta, que llegó a tener amplia repercusión en Europa, le hizo acreedor a Rosas de un mote grandilocuente: «El Gran Americano», a partir del cual su figura fue respetada y admirada por propios y extraños. Como consecuencia de la Vuelta de Obligado, que, a la postre, resultaría en una victoria pírrica por parte de las potencias de ultramar, los sucesivos combates y escaramuzas que tuvieron espacio desde noviembre de 1845 hasta junio de 1846 a lo largo del caudaloso río Paraná, le dieron a la Confederación Argentina una victoria inobjetable que se vio rubricada en sendos tratados de paz celebrados en el bienio 1849/50. El primero de éstos, sería el Tratado Arana-Southern firmado con el Reino Unido en noviembre de 1849 y ratificado al año siguiente, y el otro el Tratado Arana-Lapredour de 1850.

Entretanto, una expedición francesa es enviada con fondos de la Banca Rothschild, a través de testaferros afincados en el Uruguay, para defender la ciudad de Montevideo, convertida en antigua y última madriguera de unitarios, ‘colorados’ riveristas y legionarios italianos de Garibaldi, y los dineros y el espionaje empezaban a circular por Hispanoamérica a fin de ir cercenando el campo de acción del Restaurador de las Leyes quien, en esos años, se había convertido en un mal ejemplo para los centros de poder mundial.

El nefando Pronunciamiento del general Justo José de Urquiza contra Rosas, del 1º de mayo de 1851, fue la primera medida visible de la traición que se estaba por consumar, y cuyo desenlace se observará en la batalla de Caseros de febrero de 1852. Para atacar de raíz lo actuado por la Santa Federación en la Vuelta de Obligado, el entrerriano Urquiza firma un vergonzoso Tratado de Libre Navegación de los ríos Paraná y Uruguay con fecha 10 de julio de 1853, pacto que tuvo el consenso y la aprobación de Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos. El sitio donde se rubricó esta ignominiosa traición fue el pueblo San José de Flores, actual barrio porteño donde Urquiza había fijado su residencia después de las acciones de Caseros.

Sin lugar a dudas, el derrotero por el que pasó nuestra soberanía luego de 1852 fue de mal en peor. La Argentina, después de haber hecho su entrada a la «Organización Nacional», se internacionalizó, dando lugar a la instalación del primer banco privado en el país de la mano de Irineo Evangelista de Souza (o Barón de Mauá) quien, en 1858, abrió el Banco Mauá & Co. en la ciudad de Rosario, Santa Fe, con los auspicios de Urquiza.

Con el correr de las décadas, y a condición de quedar atrapados en las redes de las finanzas internacionales, la soberanía se vio notablemente lesionada al contraer una inmanejable deuda externa que, tal como señalara el periodista e investigador Alejandro Olmos en tiempo y forma, es ilegítima y utilizada como herramienta de sometimiento, humillación y expoliación. Salvo el pago total de la deuda externa que se concretó el 20 de julio de 1946, tras el anuncio que hiciera el entonces mandatario, teniente general Juan Perón, el azote de este sistema colonialista no nos ha permitido volver a pensar en una tierra soberana ni mucho menos.

Vale reflexionar, entonces, si el Día de la Soberanía Nacional es, como muchas otras efemérides, el mero recuerdo de un pasado glorioso o si, en cambio, hay que volver a gestionarlo y celebrarlo con una nueva acción que redefina nuestra impronta, nuestra personalidad ante un mundo global que parece llevárselo todo puesto. Ello en respuesta a varias administraciones vernáculas que, arrogándose pelear por la independencia y los derechos autónomos de la nación -unos más que otros, pues, al fin de cuentas, toda vez que asume un nuevo presidente, sea socialdemócrata o liberal, se engolfa en querer una mejoría integral del pueblo de la patria- no ha hecho sino hacer más decadente lo que ya, de por sí, se aquilata en las mazmorras de la disolución y el escarnio.

Un modo de volver a tener soberanía plena de nuestras acciones y derechos consistiría en tomar conciencia sobre quiénes somos, en organizar proyectos estratégicos a largo plazo, en no caer en nimiedades o galimatías que nada aportan a la solución de aquellas problemáticas donde se juega la supervivencia integral de nuestra patria, y en tener claridad de miras para visualizar, de modo inobjetable, quiénes son nuestros amigos, enemigos y aliados. Solo así, pues, volvería a tomar sentido amplio y ancho el Día de la Soberanía Nacional, donde puedan conjugarse el ejemplo del pasado con las nuevas miras de un venturoso porvenir.

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